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Foto del escritorLucho Lu

Tríptico de la Democracia I ¿Dónde estamos parados?

Actualizado: 3 oct

“…el gobierno democrático se caracteriza fundamentalmente

por su continua aptitud para responder a las preferencias

de sus ciudadanos, sin establecer diferencias políticas entre ellos.”


Robert A. Dahl. La poliarquía, participación y oposición.


¿La Democracia está en peligro? Esta pregunta no tiene una respuesta que guste o satisfaga completamente a todos, de ahí viene su complejidad. Los perdidamente enamorados, los idílicos anunciarán que esta es la forma más clara y eficiente de organización de un gobierno y de su aparato administrativo, los pesimistas apuntarán con encono sus defectos y aducirán un sin número de argumentaciones para resaltar los mismos.


Lo cierto es que ambos viven en el mundo de lo ideal, y poco o nulo interés tienen en abordar el tema desde una perspectiva más clara u objetiva, es decir, no están dispuestos a entender que no existe nada en el mundo, y menos en el de la política que sea completamente perfecto. Estos “complejos” seres no alcanzan a inteligir lo dicho por el Politólogo Italiano Giovanni Sartori: “Un sistema democrático está sustentado en una deontología democrática y lo que la democracia es no puede separarse de lo que la democracia debería ser”, y por eso es que van dando palos de ciego.



En ese entendido, es menester responder la pregunta con la que se abre esta columna. ¡Sí!, la Democracia siempre está en peligro, esta no es un caudal en permanente remanso, su mismo actuar y sus contradicciones internas la hacen imperfecta, y no solo eso, la colocan como una presa fácil para cualquier autoritarismo que sepa capitalizar sus ineficiencias.


Entonces ¿Hay forma de no caer en esos excesos? Sí, por supuesto, es en los dos ingredientes que constituyen la materia prima de la Democracia donde se encuentra la llave para avivar su fuego día con día, me refiero estricta y llanamente a la ciudadanía y al conflicto, sin estos dos elementos no existe forma de construir consenso y contrapesos que de si constituyan un límite natural a la acción del Estado, pues es este último el que de una u otra forma encuentra latencia y sentido en el uso legítimo de la violencia.


Para dejar aún más claro lo expuesto, abordemos la calidad de la Democracia en el país y como esta ha venido disminuyendo desde años atrás, ¿Quitándole responsabilidad a este sexenio?


Un poco de contexto, el Índice de Calidad de las Democracias o Democracy Index, es un estudio publicado por la Unidad de Inteligencia de The Economist desde 2006, el cual evalúa una serie de puntos agrupados en 5 categorías, a saber:


  1. Proceso electoral y pluralismo.

  2. Funcionamiento del gobierno.

  3. Participación política.

  4. Cultura política y;

  5. Libertades Civiles


La clasificación anterior mide un universo de 165 estados independientes y dos territorios, exceptuando micro-estado (Democracy Index); categorizándolos en Democracias Plenas (calificación de 8-10), Democracias defectuosas (calificación de 6-8) Regímenes Híbridos, los cuales se caracterizan por contener elementos democráticos como el voto universal, pero tendientes al autoritarismo (calificación de 4-6) y Regímenes Autoritarios (Calificación de 0-4). El índice publicado recientemente nos arroja la siguiente situación global:



Pero bueno, es hora de entrar al caso particular de México, el cual, como lo expuse en párrafos anteriores ha venido deteriorándose desde sexenios pasados, para lo cual me ayudaré de la información vertida en el estudio de referencia.



Como puede observarse en el gráfico anterior, el país está catalogado como un régimen híbrido, el cual ya caractericé con anterioridad, las calificaciones en las categorías que integran el estudio nos arrojan como resultado una pubtuación general de 5.14 ubicándonos en el lugar 90. Si nos detenemos en la información, podremos notar que las categorías con mayores falencias son el funcionamiento del gobierno y cultura política.


¿Recuerdan que dos de los principales ingredientes en la Democracias eran el conflicto y la ciudadanía? Este resultado nos señala con claridad la problemática que atraviesa nuestra joven democracia, por un lado, el gobierno no está cumpliendo con su función, es decir, su administración pública se ha transformado en un agente gestor o “tramitólogo” muy limitado, en lugar de fortalecer su característica más profunda, la resolución de problemas. Pero no solo es cuestión de administración, también el quehacer político interviene directa o indirectamente, en principio, porque quien debe ser garante de un correcto funcionamiento (El Presidente, el que ejecuta) ha sabido utilizar todo ese aparato en beneficio de sus intereses partidistas, ha mantenido a merced de cuervos y parásitos el cuerpo estatal, acotando a un ínfimo espacio de acción a la ciudadanía, quien sin las herramientas necesarias poco o nada puede hacer para adquirir ese papel fiscalizador de su gobierno, es decir, la ciudadanía hoy toma parte, pero no forma parte de los procesos decisorios.


El sexenio actual asegura que su ciudadanía no tiene la mayoría de edad para poder influir directamente en la res pública (con todo y que se le pide participar más), por lo que es necesario que un Estado paternalista le señale las directrices a seguir.


¡Nada qué!, Vamos a acercarnos más y observar la evolución desde sexenios anteriores. Sin ningún tipo de trampa o animosidad “conservadora o fifi”; la cosa queda así:



Esta comparativa es a todas luces, reveladora, en 2006 éramos una democracia con defectos, digamos que acorde a las reformas realizadas por la primera alternancia partidista en el máximo cargo del Estado; en el gobierno de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa estuvimos rallando el 7 de calificación, la democracia se encontraba en un estado inmejorable, pero la guerra contra el narcotráfico comenzó a minar el terreno ganado. Es con el gobierno Peñanietista que esas minas colocadas por su antecesor surten efecto, dicho indicador comienza a decaer debido a los constantes eventos de corrupción que se presentaron en aquella administración, lo cual impedía que el funcionamiento del gobierno fuese el mejor, aunado a las muy criticadas reformas estructurales que se llevaron a cabo.


¡Y llegó el 2018!, la ya de por si golpeada democracia mexicana se enfrentaba a su tercera alternancia, una con ánima de cardumen, era la “izquierda” cumpliendo uno de sus más grandes y húmedos soñares, ser poder.


Andrés Manuel entró con vigor y mucha de la esperanza de quienes han sido relegados sistemáticamente por años, era su persona la viva imagen de un equilibrador, de un rebelde capaz de cambiar, (¿Para bien?) los devenires de los venideros. ¡Vaya ilusos fuimos esa mayoría!


Manuel desdeñó esa oportunidad enorme de erigirse como uno de los mejores mandatarios de la historia, y prefirió ensalzar su persona, convertirse en caudillo y dar rienda suelta a su revanchismo, promover la utilización del presupuesto federal como un garante que le permitía fortalecer su figura de hombre necesario, descobijando la funcionalidad y eficiencia del ejercicio de gobierno.


No es pues de sorprenderse que la calidad de nuestra democracia se haya deteriorado tanto en tan poco tiempo, es el resultado evidente y esperado ante la falta de sensibilidad y las retóricas infértiles y vacuas. La banalidad con la que el mandatario trata la agenda pública, no solo es deleznable, sino inaceptable.


Pero quien se ha llevado el mayor golpe, ha sido la ciudadanía, esa que tampoco ha sabido ser una ciudadanía a la altura de la democracia que se imagina y desea, ergo, también somos responsables de esta debacle que traemos a cuestas.


Sí, AMLO es el mayor responsable por profundizar una crisis institucional que se había venido configurando desde que poderes ajenos al Estado supieron ser más eficientes a la hora de generar comunidad, una comunidad que los legitima y los inmuniza antes los esfuerzos ficticios de los mandatarios pasados y los que pasaran.


Antes de que me señalan de poco objetivo, y que solo estoy nutriendo esta columna de una sola fuente, aquí les muestro lo dicho y establecido por el Índice Polity IV que incluye en su medición 162 países, categorizando los regímenes utilizando una escala de -10 para Monarquías Hereditarias a +10 para Democracias consolidadas, quedando de la siguiente forma:



México en este índice es calificado así:



Nótese la enorme caída a partir de 2018.


En fin, con esta bicicleta híbrida en la que andamos desde hace años, solo se pueden concluir dos cosas:


  1. Estamos más cerca de ser un régimen autoritario (No dictadura) que de Dios y;

  2. En tierra de muertos, el tuerto es Rey.


Pd. En la segunda parte del tríptico se abordará la relación existente entre la Democracia y las reformas que se nos vienen encima, específicamente la del Poder Judicial.


Artesanía Política, Ciudad Brugada, 22 de agosto del año de Nuestro Señor Andrés Manuel López Obrador 2024.


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